En el año 2012, el Festival Mundial de Ciencias publicó un vídeo promocional que, debo reconocer, me pareció muy interesante. En el vídeo se muestra el «acelerado viaje» que siguen los paquetes de datos a través de Internet; algo tan simple como hacer clic en un resultado de búsqueda de Google tiene tras de sí un largo viaje que conecta nuestro hogar con un servidor que, posiblemente, se encuentre al otro lado del mundo. Una larga distancia física que, sin embargo, se cubre en apenas unos segundos, dando la sensación de que todo es instantáneo y nos queda próximo.
Las cosas han cambiado mucho, hace tiempo que dejamos atrás las conexiones a través de los clásicos módems que usaban la red telefónica analógica (con sus característicos sonidos) y hemos adoptado tecnologías de banda ancha (tanto fija como móvil) que nos permiten acceso a contenidos bajo demanda, streaming de audio y vídeo o la posibilidad de jugar online con nuestro PC o nuestra consola de videojuegos.
Navegar por Internet a finales de los años 90 era, básicamente, un ejercicio de paciencia. Teníamos que esperar a que las páginas cargasen y cualquier acción (un clic en un enlace o una descarga) requería largos tiempos de espera.
Hoy vivimos en mundo mucho más conectado y rápido, algo que podemos comprobar en el vídeo del inicio de esta nota. Grandes distancias que son cubiertas en apenas unos segundos gracias a unas infraestructuras que surcan los mares y océanos desde principios del siglo XIX: los cables submarinos.
Una buena forma de hacerse una idea de la envergadura que tienen estas infraestructuras (y la gran red que tejen en el lecho de mares y océanos) es visitar el mapa que, anualmente, elabora TeleGeography y en el cual podemos ver la gran red de cables que sustentan las comunicaciones internacionales (el 90% del tráfico de Internet viaja a través de este tipo de infraestructuras).